Las vendas cubren los ojos
del que no ha respirado
en su vida más que el perfume
de las flores de su limitado prado.
Y sintiéndose benévolos jueces,
sobre ti, una sentencia han dictado,
castigándote de por vida a sufrir
el destierro más amargo.
El ciego por voluntad propia,
porque no quiere ver, te ha juzgado.
El ignorante por mezquina necedad
con una X te ha marcado.
El hierro candente en la frente
te distingue como al ganado.
Y dejas de ser persona a los ojos
del animal que ha golpeado su mazo.
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