martes, 20 de diciembre de 2011

El embaucador

El bastardo embaucador se regocija en sus conquistas ante una grada de tipos patéticos que dicen llamarse amigos. Sonríe con aire soberbio mientras recuerda a las víctimas de sus enmascaradas palabras. Cuan fácil es esconderse tras las murallas y lanzar flechas desde la altura a las pobres infelices que se encuentran paseando por allí, con la única intención de recoger flores.
Mas el tiempo pone a cada uno en su sitio.
La herida causada sanará y no quedará cicatriz. Cuanta más prisa tenga el agresor por lanzar, peor será su puntería y menor el daño. Y las víctimas aprenderán entonces a no situarse a tiro del implacable verdugo de su malograda autoestima.
Los papeles de este absurdo teatro de la vida se intercambian. Las víctimas prosiguen sus caminos felices porque la herida ha resultado poco profunda.
El embaucador se torna infeliz por no haber conseguido su inmoral propósito, porque es consciente que de ellas no podrá volver a vanagloriarse ante la grada.

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